En el siglo XI el Reino de León tuvo uno de sus momentos de máximo esplendor. Fernando I “El Grande” se convirtió en uno de los reyes más importantes de la cristiandad en toda Europa, llevando a cabo una enérgica actividad de reconquista alcanzando Coímbra y Valencia y, sobre todo, sometiendo a las taifas más ricas como Toledo, Sevilla, Zaragoza o Badajoz al pago de parias al reino leonés.
Pero al morir decidió dividir su reino entre sus hijos, entregando León a Alfonso, Castilla a Sancho, Galicia a García, Toro a Elvira y haciendo a Urraca señora de Zamora.
Este hecho desencadenó una lucha fratricida en la que, Alfonso VI, que había heredado el título de emperador y el Reino de León, se hizo con el poder de sus hermanos y continuó con la reconquista, tomando la ciudad de Toledo en 1085, siendo considerado “Imperator totius Hispaniae” (Emperador de toda España).
Doña Urraca, la donante de sus joyas para componer este Cáliz, fue la hija primogénita de Fernando I que al morir sería convertida en Señora de Zamora. Era la dómina del Infantado de León, una institución jurídica por la que le competía el patronato y las rentas de todos los monasterios pertenecientes al patrimonio regio con la condición de que no podrían contraer matrimonio. Lo que hacía de ella una mujer muy poderosa.
Por todos es conocida además de por su labor de asesoramiento de su hermano Alfonso VI, por aparecer en el conocido poema épico “Cantar de Mío Cid”, en que la vemos defendiendo la murallas de Zamora ante los ataques del Cid Campeador que había tomado partido por otro de sus hermanos, por Sancho.
Jugó un papel esencial en el proceso legitimador de la monarquía leonesa, reposando sus restos en el Panteón Real.